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La propuesta
que se desarrolla en este estudio parte de un supuesto muy importante, que por
el bien del conocimiento y la teoría, se debe de repensar. Este supuesto asume
que el quehacer sociológico tiene dos niveles: 1) el nivel teórico-académico y 2)
el nivel subjetivo-vivencial; es decir, como sociólogos pensamos como
investigadores y como personas de la vida cotidiana, y de que no existe separación
total de uno con el otro. El quehacer sociológico se alimenta y/o desarrolla de
ambos niveles; de esto se deriva que hay un punto medio, un nivel intermedio
que mimetiza lo formal teórico con nuestra propia forma de ver la realidad
social. Es en este tránsito en que una nueva forma de analizar lo social surge,
asumiendo de que nos encontramos en pleno auge de la posmodernidad y que somos
testigos de la introducción de una nueva escala: el individuo y toda su subjetividad.
Y al decir subjetividad no se niega que fuerzas y estructuras sociales aún
influyan en los actores y sus conciencias sociales (individuales y colectivas).
De esta forma, la
realidad y organización social han tomado un rumbo nuevo, ya bastante alejado
de lo planteado por la modernidad y las instituciones desde la consolidación del
sistema capitalista ene l siglo XIX, que daban forma y límite a los actores
modernos. Hoy, se percibe una transición hacia algo que es distinto a lo
moderno, y que se ha catalogado como la crisis de las instituciones modernas y
occidentalizadas. En este proceso de transición, las dimensiones que
constituyen la realidad social, en el sentido más amplio que pueda tener, se
han ido complejizando y diversificando, de manera que la organización de la
vida social requiere de la subdivisión de una variedad de aspectos sobre el
cual el actor ‘posmoderno’ reconfigura su identidad y conciencia social. Por
consecuencia, un segundo supuesto es que la transición de lo moderno a los
posmoderno implica reconfiguraciones del nuevo actor social, pues la nueva
escala de acción e interacción es el individuo y su subjetividad, y lo que
implique esto último en el contexto que señala que somos participes de una
sociedad red, de carácter global, consumista y capitalista.
Una de las
dimensiones que ha ido tomando relevancia en las ciencias sociales en general es
el horizonte del género, el cómo mujeres y hombres como actores asumen y
construyen su realidad social en relación a sí mismos y en oposición a otros.
En pleno siglo
XXI se vienen dando procesos sociales bastante complejos que significan un
cambio en el modo de percibir y captar la realidad social, pues la organización
social de hoy tiene una nueva escala e intensidad, aunque sigan persistiendo
fuerzas y elementos propios del sistema del que somos parte. Estos cambios
aluden, y tienen la misma importancia, a las maneras de como hombre y mujeres
representan su género, su identidad y conciencia. Se debe aclarar que el género
como una construcción sociocultural, aprendida, internalizada, socializada,
representada, interactuada, etc. Es un horizonte, pues tanto la feminidad como
la masculinidad representan una diversidad de expresiones más o menos
diferenciadas. Por lo tanto, la masculinidad y la feminidad son de carácter plural.
Asimismo no debe cerrar el supuesto que están emergiendo nuevas formas, cada
vez más diferenciadas y opuestas propuestas por los individuos y los nuevos
valores que guían la acción y delimitan el nuevo campo de acción en la sociedad
contemporánea.
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