RESUMEN
Bauman se ha inclinado por una sociología de la
posmodernidad, y no una sociología posmoderna, en la que resaltan la modernidad
solida y la modernidad liquida. Así, Bauman se referiría a la transición que se
dio de una a otra, y qué papel juegan los individuos y la individualización a
partir de las identidades autorreferenciadas y de la noción de felicidad. Lo
cierto es que para Bauman estos tiempos ya no son los mismos del siglo pasado.
En este capítulo Bauman hace un contraste entre la modernidad solida y la
modernidad liquida.
La teoría del progreso, el universalismo, el programa de
emancipación en la historia, la «sociología del orden» y la identidad como algo
dado forman los rasgos principales de la modernidad sólida. Como contraste,
veamos ahora las características de la modernidad líquida, término que Bauman
toma de manera verifica de Lyotard, que define la «licuefacción» como manera de
terminar con el proyecto moderno creando, a la vez, la impresión de su
realización. En primer lugar, postmodernidad y modernidad líquida se liberan de
la idea de progreso y de control del futuro que dicha creencia llevaba consigo.
En segundo lugar, desaparece el valor del universalismo ilustrado, que es
sustituido por un relativismo cognitivo y moral que proclama la ausencia de
Verdad y de Vida Buena.
La postmodernidad, que se refiere sobre todo al cambio de
la experiencia humana, insiste en el desequilibrio constante de la nueva sociedad.
Frente al orden de la modernidad sólida, surge ahora la metáfora del
torbellino, que mantiene su forma sólo durante un instante. Con todo, aparecen
dos utopías -más bien habría que decir mitos— complementarios que orientan la acción
humana: la capacidad curativa del mercado y las infinitas posibilidades del
arreglo tecnológico, que se desarrollarán más en la modernidad líquida. En ella
se da la desmembración continua de los individuos, su falta de anclaje institucional,
su desarraigo permanente. Helena Béjar dice que nuestras identidades no son ya adquiridas, sino autoconstituidas. Eso y
el carácter continuo de no finitud, de carencia, constituyen los rasgos
predominantes de la modernidad líquida.
La postmodernidad no alivia los miedos (La deconstrucción
de la mortalidad que se opera en la postmodernidad -y que la sociedad del
riesgo multiplica- consigue que la gente crea que se muere por una causa
individual que se puede mantener a raya como cáncer, corazón, etc.) que la
modernidad inyectó en la humanidad, una vez que la abandonó a su destino; la
postmodernidad sólo privatiza esos miedos». El mundo social es ya un mero banco
de elecciones, es decir, un mercado de formas de vida. La fragmentación del
Estado, la desregulación del mercado y la privatización de la vida, esto es, el
desmantelamiento de toda interferencia colectiva en el destino individual, son
procesos paralelos. Es el fin de la Buena Sociedad o de la búsqueda de un
estadio final, de una ley racional entroncada a una ética universalista y
justa.
Ágora es un concepto que Bauman apenas desarrolla y que alude,
de manera inconcreta, a la pulverización del espacio público que trae consigo
la globalización. El ágora es el escenario donde se encuentran las
preocupaciones privadas y los asuntos públicos, el ámbito donde deben traducirse
ambas. Lugar en el que los hombres se transforman en ciudadanos, es un área
donde los intereses privados se refunden en cuestiones de interés colectivo.
Uno de los lugares del ágora lo constituyen los programas
de televisión tipo «Gran Hermano» y, en general, los concursos y los llamados
reality shows. En ellos, los participantes son animados y hasta coaccionados
para que confiesen sus problemas privados e incluso íntimos. El ágora
televisiva aplaude a los gordos anónimos por haber perdido peso, a los famosos
por contar sus líos amorosos y, así, lo que llamaba Sennett comunidad
destructiva reconfirma a los individuos (concursantes, famosos y televidentes)
en seres estrictamente privados que avientan su intimidad en forma de
confesiones.
El concepto de comunidad se halla en el núcleo de la
sociología clásica. De manera también tangencial (al de comunidad en términos
de Tonnie), aunque más insistente, Bauman se refiere una y otra vez a las
tribus, concepto desarrollado por Michel Maffesoli y que le parece muy
innovador. Las tribus urbanas, especialmente las que forman los grupos jóvenes,
expresan muy bien la contingencia de la modernidad líquida: están en un
constante flujo y tienen una existencia transitoria. Como vehículos de una
autodefinición individual, permiten una pertenencia revocable.
Entre la idea de tribu y la de comunidad están las
«comunidades percha», llamadas así porque su objeto, fácilmente sustituible, se
cuelga enseguida en otra percha. Las comunidades percha se sostienen por una
unión postulada, demandada de manera artificial. Su función es sancionar la
existencia de los estilos de vida. Son «comunidades de no pertenecientes» que
construyen una unión de solitarios que experimentan el vínculo instantáneamente,
alejados de toda idea de un compromiso a largo plazo. Las comunidades percha
son un ejemplo de cómo todo lo sólido se disuelve en la modernidad líquida.
El nacionalismo es la forma que reviste la nostalgia de
la comunidad para contrarrestar la incertidumbre anclada en la modernidad
líquida. Es, por tanto, la reacción a la contingencia generalizada, al
escepticismo postmoderno y luego líquido. El nacionalismo pretende sostenerse
en la recuperación institucional de una tradición y un lenguaje comunes.
COMENTARIO
La sociología de la posmodernidad de Bauman, como la
aclarado Helena Béjar, es una sociología de las incertidumbres, en el cual, la
liquidez de las cosas ha puesto en tela de juicio la sociedad solida, so
sociedad de certezas y progreso, en la que la felicidad podía leerse de una
forma, o en todo caso la felicidad estuvo relacionada con las certezas de
ciertas formulas y recetas propias de una sociedad circunscrita a la
modernidad, donde la razón era el centro y eje de toda la producción humana,
incluso los sentimientos y las emociones, o sensaciones como el hecho de ser o
estar feliz. Es Bauman quien ha puesto en cuestión a la sociedad, no solo como
un colectivo, sino como un individual, pues el proceso llamado
individualización, ha permito que en este mundo posmoderno, liquido, de las
incertidumbres, le permita al individuo readaptar (o “particularizar”) patrones
universales de sentir, pensar, hablar, expresar, producir, etc. es justamente,
esta característica de la modernidad liquida, el no universalismo, el que
permiten las interacciones y las contingencia del yo en el mundo de la vida, en
el vida social. Podría decirse que la felicidad es algo que se ha diversificado
y que ha encontrado en cada individuo argumentos flexibles, ya no sólidos pero
validos, para encaminarse en este el mundo de los no compromisos y de las
relaciones cortas y pasajeras, así como mediáticas, como ya ha de señalar en
Amor Liquido. En el drama, la ironía, y el cinismo se han ido construyendo no
solo las relaciones sociales, sino los individuos que han adoptado nuevas
formas de interactuar y de salvar la cara (save face). Podríase hablar de una
felicidad paradójica, cuya riqueza está en la complejidad y las contradicciones
que de sí misma brotan, pero que dan sentido a la sociedad posmoderna y liquida
de nuestros tiempos. Las instituciones como la familia y el Estado se han
transformado también. Lo cierto es que las dimensiones en que dividíamos a la
sociedad y a los que la constituyen, hoy ya no sirve de mucho, porque el poder
que yacía en ellos se ha diversificado con la globalización y que ha dado pie a
la identidad autorreferenciada.
Un ejemplo de lo que he descrito en mi comentario es
justamente la relación casi contradictoria entre el avance y las posibilidades
de la ciencia médica, y los avances legislativos que parten de la identidad
autorreferenciada. La genética ha avanzado enormemente en los últimos años y se
le ha permitido, por la incertidumbre de sus logros y avances, involucrase a
transformar no solo científicamente la realidad, sino social, moral y
políticamente la vida de muchas familias, la clonación, la fertilización in
vitro, la alteración de genes, o incluso la manipulación de embriones para
salvar vidas. En el caso de una pareja que tras poco tiempo después de cazarse,
congeló un embrión por medio de la reproducción asistida, es decir, se amparo
en la ciencia genética, para más adelante tener un hijo. Al poco tiempo la
mujer enfermo de cáncer y ambos se separaron en buenos términos. La mujer se
recuperó después de varios años de tratamiento y decidió querer tener un hijo;
la dificultad es que ambos progenitores ya no estaban juntos, y habían entrado
en una disputa legal por la posesión del embrión congelado y lo que se decidiera
hacer en este al fin de respetar la voluntad de ambos: un hombre separado y que
no quería ya tener un hijo con sus genes, y por el otro, una mujer separada con
ganas de tener uno, pero que sin poder producir óvulos nuevamente a razón del
cáncer que padeció, solo podría recurrir a ese embrión. El caso siguió su
curso, e ignoro el resto; lo que quiero expresar con este caso es justamente la
contingencia que existe entre los individuos, y como lo incierto y la liquidez
de los procesos enmarcan un cambio, y las identidades autorreferenciadas ponen
en tela de juicio tanto a la ciencia como a la ley. El conocimiento pasa de «legislar» a «interpretar»: el intelectual es
un traductor de los estilos de vida autónomos, de los valores equivalentes.
Si bien la ciencia, así como la felicidad y muchos otros
términos, vienen de los inicios de la modernidad, que en paralelo con el
capitalismo y luego el socialismos como una segunda alternativa, no solo el
mundo físico y material cambio de manera notable a partir del fin de la guerra
fría, sino que lo espiritual, lo intelectual, lo cultural y todo aquello no
material producido y adaptado en el hombre sufrieron también cambios notables;
así las leyes, que justificaban a la ciencia y el progreso, hoy pese a que el
mercado y el consumo lo pueden todo, existen un sinfín de identidades
autorreferenciadas que no pueden ser abarcadas por las layes, pues, aun mas, su
universalismo y la certeza se han puesto en duda, así como las instituciones
que la sustentan. En enfrentamiento de las identidades autorreferenciadas con
la ciencia y la leyes ha dado un giro importante al momento de hablar de
felicidad, y por ende de un amor, sociedad o modernidad liquida, las cuales
siempre implican multiprocesos paralelos, o una multicontigencia cuasi
reflexiva por la autorreferencia que cada individuo construye y vincula
mediante sus relaciones y compromisos con otros individuos o colectividades,
ambos actores y transformadores de la realidad.
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